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Victoria Hammar y Andriana Opacak.
dos fotografías muy similares de la llanura patagónica
austral con un fondo en el que aparecen elementos ajenos al paisaje. En ambos
casos se trata de medios de transporte. En uno se trata de un tren de carga, en
otro un autobús de pasajeros. Ambos en la estepa patagónica. Uno en blanco y
negro y otro en colores. Hay algo en común no obstante, es que el medio humano
y técnico de la fotografía, tanto el autobús como el tren, se encuentran al fondo
del paisaje, son un accidente que interrumpe la llanura. En ambos casos no
existe primer plano de las máquinas.
Por otra parte es mucho más cercano y protagónico la impresión de la
llanura con coirones, como una
planicie monótona, sin interrupción. En el caso del tren, como la imagen es a
color, el pastizal seco tiene brillos dorados, iluminando la griseada general,
aun del tren, que es oscuro, tan oscuro que los vagones parecen emanados de una
fusión inicial con la meseta de fondo. Nada puede sostenerse en esa profundidad
desde el radiante pastizal inicial hasta el fondo negro correspondiente a las
sombras menores entre las suaves laderas, dentro de una continuidad entre lo
técnico y lo desértico. Acaso en esa
situación lo técnico no resiste la infinitud, como si el tren estuviese
destinado a desaparecer, a fusionarse de nuevo, previa descomposición de color.
La descomposición es
algo típico de la Patagonia. La
antigüedad es evidente, nada parece nuevo, al contrario, todo parece limado, en
especial las colinas, y los vehículos desgastados en ambas cuadros. No hay límites espaciales,
tampoco límites históricos, los arqueólogos y paleontólogos hablan de millones
de años de antigüedad, de dinosaurios saurópodos cuyos huevos fosilizados, intervenidos por comunidades
carroñeras, como arañas, escarabajos y
otras criaturas pueblan, también fosilizados, la materia orgánica en
descomposición. El tiempo puede reconocerse en lo que permanece. Eso sucede en
ambas situaciones, inclusive pueden asociarse ambas fotografías. En la primera,
la correspondiente a Victoria Hammar, el tren está en movimiento, hay color,
hay un horizonte irregular de mesetas muy aplanadas por el viento. En la
segunda fotografía, la correspondiente a Andriana Opacak, no hay color, ni hay
cielo, tampoco queda la meseta, que ya no aparece. El horizonte es el propio de un mar, el desierto
tiene el horizonte lineal propio del vacío, de la falta. Pero otra máquina
interrumpe la línea horizontal, un autobús sin ruedas. No solo sin ruedas, sino
también sin vidrios, sin asientos, totalmente abstracto, geométrico, tal cual
la pintura neolítica. Ni siquiera tiene perspectiva, como si fuera una figura
recortada y pegada sobre el fondo de los nubarrones. Es geométricamente un
autobús, pero no está cumpliendo su destino de traslado. Sin embargo muestra el
estado del tiempo sobre su historia. Seguramente el autobús ha sido desmontado
a lo largo de la historia como si hubiera corrido elementos cruciales y hubiese
dejado lo mínimo para ser reconocido. Resulta complejo explicar cómo ha llegado
hasta ahí el vehículo, que ocupa el centro de la imagen, implantado, como el
único obstáculo posible sobre un territorio infinito, como una delimitación en
sí mismo de la historia de la Patagonia. Esta historia nos conduce al destino
arqueológico de la realidad viviente y moviente. Un destino de integración a la
tierra, de unidad con el fondo histórico no detiene a este autobús, que viaja
ya no hacia delante sino hacia adentro de la Patagonia, dejándose tragar,
incluso ya ha sido tragado en parte, en
estos momentos. Nos imaginamos en el privilegio de reconocer esta forma antes
de ser un fósil, puesto que en algún momento lo será. La falta de
humanidad o la humanidad de su
estructura permanece y nos pregunta como haremos para reencontrarlo, tal vez
sea cada vez más debajo de la tierra.
Ambas
fotografías determinan una secuencia de un tiempo próximo que no es difícil de
entrever, donde lo próximo es el pasado que será reconocido en la figuras cada
vez más consumidas de las máquinas sobre la tierra. Alguien reconocerá esa
figura, tal cual reconocen raspadores de vidrio, u otro elemento hecho de cinc,
o cemento, o cualquier material distinto, distinguible de la sensación plana de
este tipo de imagen. La figura habrá de perderse incluso, pasando a perder
carácter formal y, salvo especialistas, ya no será reconocible.
Esta
situación marca muy especialmente la fenomenología de ambas fotos. No son fotos
de trenes o de autobuses, sino fotos de la inmensidad, fotos de lo sublime, o
fotos sublimes donde el paisaje está como desmontándose frente a una posible
identidad positiva. Las fotografías marcan el camino de desposesión o posesión
negativa que tanto asombraba a Darwin. Pero en algún momento estos objetos se
irán convirtiendo en líneas que se reintegrarán a las elementales líneas del
desierto. Queremos decir entonces que se ha captado por parte de los artistas
la idea geométrica y abstracta que adquieren los dos artefactos en el fondo de
la llanura, dejando de ser representaciones para ser rasgos de un texto. Tal
vez no sea posible otra manera de dejarse decir por la Patagonia que hacer que
los objetos se conviertan en signos, que acerquen sus colores con el ambiente.
Definitivamente estamos apreciando cómo la esteparia Patagonia ha convocado a
dos artistas a confinar dos símbolos industriales mecánicos de transporte
colectivo y masivo, ante la amplitud nunca descifrable completamente del
paisaje patagónico, que es apreciado en un recorte que muestra la hondura desde
donde se puede ver, tal como si viéramos un río o un árbol. Nada puede cambiar tanta profundidad por más
imponente que sea, puesto que se hunde hasta perderse en el mismo color o en el
mismo horizonte.
Su paisaje invita ahora a una aventura sin
conquistas superficiales, aunque su riqueza subterránea sea única y
extremadamente deseable. La biodiversidad y ecosistemas únicos reclaman
protección con cada avance de la presencia humana. El incremento en forma
exclusiva del turismo, en sitios de categoría internacional lleva paulatinamente
al redescubrimiento de la región, ampliando cada vez más las ofertas
paisajísticas.
Los
objetos del arte (específicamente la pintura), sostiene Maurice Merleau Ponty,
detienen nuestra mirada, la interrogan. Nos piden un juicio de valor al
manifestársenos de una determinada manera. Es que la pintura no es una mera
copia del mundo, sino un mundo en sí mismo. Un cuadro es como un pequeño mundo
que podemos contemplar en tan solo un instante, “su objetivo jamás es evocar el
propio objeto sino fabricar sobre la tela un espectáculo que se baste a sí
mismo” (Merleau Ponty, 1985).
La fenomenología se revela como la descripción que accede a la realidad de las
cosas que le suministra la percepción, acompañada de un horizonte donde la cosa
se da, porque la percepción de una cosa es su percepción en un campo visual
contextual. Las representaciones que
tenemos de las cosas se van ligando en una continua formación temporal. El
paisaje patagónico permite su recuerdo inmemorial a quien los experimenta.
También posibilita una delimitación de la profundidad esteparia, como si se
tratara de una concavidad que ahonda el horizonte, y como una fuerte presencia
que se deja ver, aunque la apariencia sea de vacío o monotonía.
Palabras finales
Cuando nos preguntamos sobre qué transporta a dos artistas a intentar
mediante fotografías captar el registro de vehículos automotores en el fondo de
la estepa suponemos que la Patagonia guarda en sí condiciones de un paisaje que
no es repetible y que remite a situaciones que resultan difíciles de
encontrar, como si el mundo actual careciera de la posibilidad de la
lejanía. Por eso se ha apelado a Kant en
su reconocimiento de un supra racional
vacío en un vasto escenario sin
vestigios, sin signos que ayuden a la descripción, quedando su imagen pendiente
de simbolización, lo cual explica la curiosidad de Charles Darwin sobre qué
hace de la Patagonia algo tan recordable.
Por otra parte, considerar que desde un estudio fenomenológico puede
responderse, puesto que no es posible comprender lo sublime abstracto, como si
desde la fotografía se pudiera construir un mundo estético que resiste a los
procesos de conquista cultural, permite reconocer que la Patagonia tiene algo
que decirnos aun. Desde un reconocimiento de coalición de las cosas con la
percepción se ha dado con un vacío que a la vez resulta un completo panorama de
lo sublime y que, ambas fotógrafas, Hammar y Opacak, han sabido registrar.
Reflexionar en este caso sobre el paisaje de la estepa patagónica ha permitido
remitir a la abstracción vanguardista y su vínculo con la abstracción neolítica
como si no hubiese cambios sustanciales en la escala de tiempo que manejamos
para los fenómenos normales.