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RETRATAR
Cézanne pintó en
Aix-en-Provence al final de su vida. Su jardinero Vallier posa delante de la baranda
de la terraza de su nuevo obrador, situado junto a los Lauves. A pesar del llano
atuendo azul de los campesinos provenzales, el modelo adquiere unas
proporciones monumentales y ocupa gran parte del cuadro. La verticalidad de la
figura se contrapone a la fuerte horizontal del parapeto de color ocre, y las
pinceladas geométricas y transparentes, aplicadas con el óleo muy diluido,
descomponen la imagen en pequeños planos de color. El retrataba y se retrataba en ese final.
Una biografía busca en el tiempo hechos que muestren episodios
significativos, un retrato inquiere el personaje tratando de elegir el tiempo
como suceso definitorio de una personalidad. Retratar es volver a tratar, frecuentar
de nuevo, como nuevo, sin un antes, sino con un siempre. Por siempre, un retrato intenta, desea, innovar en una
figura, una imagen, una idea, la historicidad de alguien que se expresa, los
rasgos vitales de una eternidad.
En el retrato se supone
que la personalidad es eterna, eso es lo difícil. La que permanece en cada ser
de los humanos. Los retratos hacen saber una síntesis. La profundidad, las
marcas no tan expuestas, a veces sin notar, deben surgir sin embargo. Se poetiza
la esencia íntima, el punto que hace latir la emergencia de toda vida, la
inmortalidad de la contingencia, los jardines de la cara, las manos, el
pensamiento. El taller de la vida donde nos retratamos a nosotros, pasará como
manga al retratado.
Aldo Enrici