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Los males de mi columna me retuvieron en un largo encierro, interrumpido únicamente
por visitas a consultorios, a institutos de radiografías y de análisis. Al cabo de un año recurrí
a las termas, porque me acordé de Aix-les-Bains. Quiero decir, de su fama de rumbosas
temporadas de la gente más frívola y elegante de Europa; y de aguas cuya virtud curativa
se admitió desde tiempos anteriores a Julio César. Para que mi estado de ánimo cambiara y
para que reaccionara mi organismo, creo que yo necesitaba, más aún que las aguas, la
frivolidad.
Volé a París, donde pasé poco menos de una semana; después un tren me llevó a Aixles-
Bains. Bajé en una estación chica y modesta, que me sugirió la reflexión: «Para buen
gusto, los países del viejo continente. En nuestra América somos faroleros. Caben cuatro
estaciones de Aix en la nueva de Mar del Plata». Confieso que al formular la última parte de
esa reflexión, me invadió un grato orgullo patriótico.
Los males de mi columna me retuvieron en un largo encierro, interrumpido únicamente
por visitas a consultorios, a institutos de radiografías y de análisis. Al cabo de un año recurrí
a las termas, porque me acordé de Aix-les-Bains. Quiero decir, de su fama de rumbosas
temporadas de la gente más frívola y elegante de Europa; y de aguas cuya virtud curativa
se admitió desde tiempos anteriores a Julio César. Para que mi estado de ánimo cambiara y
para que reaccionara mi organismo, creo que yo necesitaba, más aún que las aguas, la
frivolidad.
Volé a París, donde pasé poco menos de una semana; después un tren me llevó a Aixles-
Bains. Bajé en una estación chica y modesta, que me sugirió la reflexión: «Para buen
gusto, los países del viejo continente. En nuestra América somos faroleros. Caben cuatro
estaciones de Aix en la nueva de Mar del Plata». Confieso que al formular la última parte de
esa reflexión, me invadió un grato orgullo patriótico.